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Despertar anal

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Despertar anal
Me encantan los culos de las mujeres. Me gustan pequeños y redondos, me gustan amplios y carnosos. Me encanta verlos en movimiento, bamboleándose dentro de sus vestidos, marcando el ritmo de sus caderas. Me encanta sentirlos en mis manos, notar su dureza, su suavidad, su carne tersa. Y me gusta, me vuelve loco, rozar mi pene en el trasero desnudo de una mujer. Recorrer la abertura de sus nalgas, ese canal que esconde su tercer ojo. Rozarme, excitarme con él y llegar a más. Introducirme en sus profundidades. Me encanta follar a las mujeres por el culo. Aunque en mi larga experiencia, me he dado cuenta de que a la mayoría de las mujeres que he llegado a follar por el culo he tenido que convencerlas, y en más de algún encuentro sexual para llegar a ello. No siempre lo he conseguido. Con algunas, he tenido que emplearme a fondo para lograrlo; con otras, lo hicieron a regañadientes, como un favor personal hacia mí y no como la búsqueda de una experiencia de lo más placentera.
De ahí que admire a las mujeres que sí lo experimentaron. Pues después de ello admitieron que, por encima de este primer sentimiento aprehensivo, de mal rollo por la asociación que tenemos de la suciedad que emana del culo, existen unas inimaginables sensaciones de placer que jamás habían experimentado. Y yo siento que me derrito en sus pasajes traseros cada vez que les inserto la polla. Disfruto sabiendo que les duele al principio, porque sé que el placer acaba superando al dolor. Quizás porque es la liberación de algún acto oculto, perverso, prohibido… Y sobretodo, porque es muy placentero.
El uso continuado del culo de mis parejas femeninas para el placer sexual acabó llevándome a pensar en el mío. ¿Podría ser igual de agradable para un hombre la penetración anal? ¿Sería capaz, si se presentaba la ocasión de dejar que me penetraran? ¿Sería esa experiencia un paso hacia la homosexualidad y dejaría de der hetero? ¡Uf, qué dilema!
Lo curioso es que también, en alguna ocasión, me sorprendía pensando en el culo de otros hombres, en sus agujeros, en todos los agujeros que tenemos por los que cualquiera puede ser follado.
Yo, aún sabiendo lo que disfrutaban las mujeres con el sexo anal, me ponía tenso tan solo por la idea de ser penetrado analmente por un hombre. A pesar de ello, llegó un punto en que la idea me empezó a pulular uno y otro día por el coco. No lograba desembarazarme de ella. Cualquier hombre al que le guste follar por el culo a las mujeres sabe que se está dejando llevar por un instinto primitivo, de dominio y sometimiento sobre el que está poniendo el culo para que le penetren. Una manera de demostrar su masculinidad. Y eso no quería perderlo. Mi masculinidad, no.
Tengo un amigo gay que se llama Santi y siempre me dice que todos los hombres heterosexuales que les gusta follar los culos de las mujeres, lo que en el fondo desean es que alguien les penetre a ellos con la misma intensidad, que anhelan sentir lo que sienten ellas en ese momento. Dice que todos sabemos en secreto que nuestros agujeros son lugares potenciales de placer, y que, a pesar de ese deseo oculto, la falta de valentía nos hace quedar insatisfechos y obsesionados sin llegar a probar nunca el placer de ser penetrados analmente. Debe saberlo bien, pues me consta que se ha follado a decenas de tíos de todos los colores y formas, la mayoría – me confiesa- casados. Quizás tenga razón, pero, aunque así sea, yo, de momento, estoy contento con mi negativa a hacerlo.
Mi penúltima novia nunca me dejó follarla el culo, aunque sí le gustaba que se lo lamiera, y que le metiera uno de mis dedos dentro de él cuando la comía el coño. Mi novia actual, Guadalupe, en cambio, es la zorra más grande que he conocido y disfruto del sexo con ella como un burro. Llevamos juntos ya casi un año juntos. Ha tenido algunos novios anteriores a mí, pero debían ser unos sosos. Sus experiencias sexuales son de los más corrientes y limitadas y eso que es muy fogosa. Cuando yo le planteé se quería follar por el culo y le conté cuánto placer se sentía al hacerlo, se quedó algo confusa con mi pregunta, pero no soltó una rotunda negativa a hacerlo, como las anteriores. Le gustaba experimentar. “Bueno, tal vez algún día te deje hacérmelo”, me dijo. Y yo me sentí el hombre más feliz del mundo porque por fin había encontrado una hembra que no me había dado con la puerta en las narices.
Así que en la primera ocasión que tuve, después de estar largo rato comiéndole el coño, y notando su tremenda calentura, bajé unos centímetros y le lamí sin ningún pudor toda la abertura de sus nalgas haciendo hincapié en el agujero de su culo. Hasta lograr meter dentro de él la punta de mi lengua. Ella trató de alejarse al principio. Supongo que se sintió sucia, invadida. Me dijo que le hacía cosquillas. Pero estaba muy excitada: su coño estaba empapado, así que seguí masajeando su clítoris mientras le lamía el pequeño y apretado fruncido, esa preciosa esca****la rosada. Poco a poco se fue relajando y disfrutando de mis lamidas. Recuerdo sus pequeños suspiros de placer y de deseo por experimentar una técnica sexual novedosa para ella. No le quedaba mucho para correrse cuando realmente le separé las nalgas, revelando su color rosado intenso, y metí mi lengua lo más que pude por ese delicioso agujero que se abría a mi como una flor en primavera.
Las paredes de su ano eran muy suaves, seda en mi lengua, y casi me rompe la nariz cuando al llegar al orgasmo comenzó a retorcer y convulsionar sus caderas. Gritó con una especie de urgencia que nunca la había escuchado. Recuerdo que se quedó bastante aturdida. Y sé que algo había cambiado en el fondo de su psique sexual. Había experimentado un tipo de placer sexual nuevo para ella, más oscuro por sentirlo como prohibido, y diferente. Su reacción me excitó de forma brutal.
Esa noche estaba muy necesitada y cariñosa, quería ser amada, necesitaba asegurarse de que, a pesar de haberme dejado chupar su culo, yo seguía pensando que era una buena chica, decente, y no una puta barata. ¡Oh, las mujeres! Quería que siguiera viéndola como esa chica cariñosa, cálida y para nada una furcia. Yo no había cambiado para nada mi visión sobre ella, y se lo dije, Pero su deseo sexual seguía latente en su cuerpo, lo podía percibir con claridad. Nos quedamos un rato acurrucados el uno contra el otro bajo el edredón. Quería que la acariciara y la besara. Yo lo hacía, pero no podía pensar en su pequeño agujero trasero. Lo único que yo quería era escuchar los sonidos que haría con mi polla al entrar y salir de su culo.
Tuvimos relaciones sexuales la noche siguiente, y me aseguré de darle todo mi amor. Después de haberla calentado hasta un punto de paroxismo, hasta una desconcertante y abrumadora excitación, me la follé al modo convencional, diciéndola palabras cariñosas todo el tiempo: le decía lo hermosa que era y lo mucho la amaba, que me gustaría pasar con ella toda la vida… Fue un polvo memorable. Cuando nos relajamos y nos quedamos abrazados en cucharita, satisfechos y sudorosamente felices, ella me preguntó si alguna vez había "hecho eso" con alguna de mis novias anteriores. ¿A qué te refieres con eso?, pregunté haciéndome el sueco. “Eso, ya sabes, …metérsela por el culo…” dijo medio avergonzada. Sonreí y le dije que sí, que “había engañado” a alguna de ellas para hacerlo y que todas sin excepción, habían quedado muy satisfechas y que luego me lo pedían siempre… (aunque esto no era cierto del todo, solo un par de ellas volvieron a pedírmelo)
Su actitud cambió en ese momento; la notaba muy excitada, moviendo su culo contra mi polla que descansaba sobre sus nalgas. Claramente había despertado su curiosidad: quería saber si desearlo era normal, si estaba bien pensar en su trasero como un órgano sexual. Si otras mujeres, mujeres normales con hipotecas y gatos, que iban a la compra y cuidaban de sus hijos, hacían lo que ella se había dejado hacer la otra noche, entonces no era malo querer repetir e ir algo más lejos. En ese momento me sentí un afortunado, tenía a mi novia, convencida de una manera sutil, ofreciéndome su culo. Recordé sentirme de la igual la primera vez que me metí el dedo en el culo una noche que me estaba pajeando viendo una peli de porno anal y tenía una calentura brutal. Me corrí como un burro y me gustó mucho la sensación de aprisionar mi dedo con mi esfínter.
Nos enseñan que nuestros traseros son algo sucio, vergonzoso, repugnante... de ahí nuestra reticencia a usarlo como órgano sexual. Ella estaba midiendo su curiosidad: era consciente ello. Sin volver su cara hacia mí, posó una mano sobre mi culo tratando de acercarlo a ella. Estaba acostumbrado a su candidez sobre el sexo; sentía su inseguridad al compararse conmigo. Yo tenía mucha más experiencia que ella en los temas sexuales y lo sabía, por eso se sentía inferior. Y más sabiendo que se adentraba en un territorio nuevo y desconocido. Temía por mi reacción, por lo que pensaría de ella. Y tenía el dilema de luchar con mantener su imagen “pura y correcta” y el recuerdo del placer recibido hacía unos días con mi lengua en su trasero. Yo me moría de ganas de atacarla ya. La recordé el placer que había vivido en nuestro anterior encuentro sexual y cómo se iba a sentir si me permitía ir un paso más adelante.
Yo también estaba muy excitado. Su recato, por un lado, y su disposición a ceder en sus deseos, estaba haciendo que me sintiera fuerte y protector hacia ella. Me sentí varonil y potente. Acerqué mi pecho a su espalda, la hice sentir mi aliento en su nuca y cuello, y la pregunté si quería que jugara con su trasero una vez más. Lupe giró la cabeza y dándome un beso en los labios, asintió, removiendo sus caderas para tratar de acoplarse y encajar mi polla entre sus nalgas. Agarré sus pechos con mis manos y empezamos una especie de danza en la que ambos tratábamos de rozarnos y acoplarnos. Bajó su mano libre hacia su culo y tiró de su nalga superior hacia arriba tratando de abrir su canal apretado haciendo más fácil el camino para que mi polla resbalara por él. Pude sentir sus pezones ponerse más y más duros entre mis palmas. Ella podía sentir, sin duda, mi polla más dura que un garrote testeando por su agujero. Su cuerpo emanaba un calor casi insoportable, ardía. Fruto del deseo y de la expectación. No creo que mi polla se hubiera sentido más dura jamás
- ¿Quieres que te haga el amor de esa manera?
Ella sabía a qué me refería. Esta vez su asentimiento fue más dudoso, pero su respiración me indicaba otra cosa. Era jadeante y entrecortada.
- ¿No me dolerá?
Su voz era casi un susurro. Me miró como un cordero a punto de ir al matadero. Pero al encontrarse con mi sonrisa, sus ojos se encendieron con una chispa de deseo y curiosidad. Le dije que al principio podría doler, pero que se lo haría con mucho cuidado y que me detendría cuando ella quisiera.
- Pero cómo va a entrarme tu pene tan gordo por ahí?
Me sentí orgulloso por esa aseveración. Que Lupe dijera que mi polla era grande era más bien fruto de su candidez y de su falta de experiencias con otros chicos. Lo único que me diferencia de otros hombres es quizás el grosor. No mide más de diecisiete centímetros cuando está erecta, pero si alcanza un buen grosor. Las chicas se corren conmigo porque sienten que las dejo el coño bien dilatado. Difícilmente les cabe en la boca. Cuando se la meto ahí, es como un enorme tapón que las impide respirar, se atragantan con ella al principio, pero luego disfrutan como locas cuando superan esta magnífica berenjena. Cuando descapuchan mi glande, terso y morado, enseguida quieren llevárselo a la boca.
Le dije que confiara en mí, y que, si estaba relajada, todo lo que sentiría sería placer. Ella todavía parecía un poco reticente a ello. Yo sabía de la lucha que estaba teniendo en su interior: buscar el placer en la vergüenza. Romper tabúes requiere un cierto grado de seguridad emocional. Sugerí que podría empezar lamiéndola y relajándola, y que no iría a más hasta que ella me lo pidiera. No respondió, pero me besó apasionadamente, metiendo su lengua en mi boca y chupando la mía como si fuera un bebé tratando de mamar, con avidez y ansia.
Habíamos hecho el amor durante casi media hora, disfrutando de nuestra rutina habitual, y tras el descanso de nuestra conversación, mi cuerpo volvía a estar dispuesto para un nuevo combate. El suyo tambien. Así que la acosté boca abajo y le separé las nalgas. Mi polla estaba apuntando hacia mi barriga y ligeramente tensa, mientras veía su pequeño y arrugado ano guiñándome el ojo. Fue un espasmo en respuesta a su expectativa tímida. Puse mi boca entre sus nalgas. Soplé suavemente. La sentí temblar delante de mí. No estaba de humor para contemplarla mucho tiempo. Empujé mi lengua firmemente en su culo.
Su esfínter se resistió unas cuantas lamidas, negándose a abrirse a mi llamada. Y de repente se abrió como un donut de azúcar. Me chocó esta manera de abrirse tan de repente y tan fácil. Puse mi mano debajo de ella y comencé a acariciar su clítoris húmedo. Ella gimió sobre la almohada y separó las piernas, permitiéndome un mayor acceso a su sedoso interior rosado. Empujé con fuerza mi lengua más adentro, sintiendo un ligero sabor amargo. Froté mi polla contra las sábanas mientras retiraba mi lengua y comencé a lamer su bonito agujero abierto. Era una redonda y bonita “o” gigante. La embadurné bien de saliva. Sentí como abrazaba mi dedo corazón al metérselo dentro; así que aumenté la presión sobre su clítoris con la otra mano. Dejé mi dedo clavado en su culo, sin moverlo. Notaba su presión sobre él, así que no insistí en meterlo más adentro. Jadeaba por el placer que recibía sobre su clítoris y esto hizo que se olvidara por un momento de su ano, que se relajó. Noté esta bajada de presión sobre mi dedo y lo metí hasta el fondo sin ninguna resistencia. Ella gimió suavemente cuando notó entrar mi dedo más adentro. Y siguió gimiendo cuando comencé a sacarlo y meterlo muy despacio una y otra vez. Suspiraba y gemía casi en silencio, mientras yo con toda la delicadeza del mundo no paraba de follarla con el dedo. Podía sentir como su culo, cada vez más caliente, se iba abriendo, se iba relajando con mis movimientos.
Mi respiración también era más agitada. El deseo iba creciendo en mí. Retiré mi mano de su coño empapado y la llevé a mi polla, mojándola con sus jugos. Estaba super excitado. Sentía mi cara ardiendo y mi polla saltando mientras la lubricaba con sus jugos y los míos. Me incorporé y me puse de rodillas con mi dedo aún en su culo. Avancé de rodillas hacia ella, entre sus piernas abiertas. La habitación era como un horno de fundición; al menos, así lo sentía yo. El tiempo parecía haberse detenido y no estaba dispuesto a desaprovechar esta ocasión que me brindaba Lupe. No iba a abandonar hasta haberla follado sin descanso ese culo tan provocador que me ofrecía. La iba a follar por el culo, sí. Me sentía obligado a hacerlo: ella lo quería y yo lo deseaba. Mirando con cierta retrospectiva, dudo que algo o alguien pudiera haberme detenido.
Lupe comenzó a moverse mientras yo sacaba mis dedos de su ano. Mientras me inclinaba sobre su espalda, levantó la cabeza de la almohada y se volvió para mirarme. Si en ese momento hubiera cambiado de opinión, hubiera sido demasiado tarde. Había dudas y algo de miedo en su mirada cuando mi boca buscó la de ella y acerqué mis caderas, empujando mi resbaladiza polla entre sus nalgas. Ella comenzó a formular una pregunta, alejándose de nuestro beso al sentir la cabeza de mi polla en el centro de su agujero. Me incliné hacia la izquierda y empujé mi mano debajo de su vientre. Nuestra respiración era agitada. Gimió cuando mi mano encontró su coño y empujé la cabeza de mi polla en su culo. Su esfínter se había cerrado y sentí que no permitía la entrada de mi glande resbaladizo. Fue como si que hubiera quedado bailando al filo de un cuchillo. Estuve a punto de correrme. Me concentré. Sabía que no podía correrme en ese momento o todo se iría al traste. Relax y a pensar en otra cosa, era un método que me hacía aguantar más tiempo. Yo era capaz de aguantar indefinidamente.
Me sentí identificado con Lupe. Pude sentir su miedo y tensión. También cómo temblaba todo su cuerpo por la emoción. Estaba disfrutando de su actitud de entrega, de su expectación, de su sentimiento de degradación. Podía identificarme con eso. Incluso quería sentirlo. Mi sensación de poder de nuevo. Yo era el macho alfa dominante, empatizaba con su sumisión hacia mí. Nuestros cuerpos permanecían inmóviles, ambos respirábamos con dificultad; ella al sentirse aplastada contra la cama, con mi cuerpo encima; yo con el pecho aplastado contra su espalda. Notaba el calor de su cuerpo; su piel ardía en llamas. Ambos parecíamos estar en una parrilla.
Despacio, muy despacio, sentí que su agujero cedía a mi presión y se abría al empuje de mi glande. Su cuerpo fue relajándose. Empujé con firmeza. Ella dio un enorme gemido. Fue un ruido gutural que surgió desde el fondo de su ser y llenó la habitación. Dejó caer la cabeza sobre la almohada y se llevo una mano a su boca. Su cabello castaño cayó a un lado de su cuello. Puse mi boca sobre su piel desnuda. Comencé a besarla y gimió suavemente mientras la mordía sutilmente el cuello. Con ternura y delicadeza. Sentí que su esfínter se relajaba y fui empujando mi pene despacio y con mucho tacto hasta sentir que mi glande comenzaba a abrir la puerta y meterse dentro de su cueva. Ambos gemíamos al unísono mientras se deslizaba hacia adentro, disfrutando del placer y la intensidad compartida por la fricción. La piel desnuda y ardiente de su ano enfundando la piel desnuda y ardiente de mi polla. Se hundió completamente en la cama y yo apoyé mis manos a ambos lados de su cuerpo para levantar un poco mi torso y no asfixiarla con mi peso. Movía la cabeza de un lado a otro entre sus brazos delgados, mientras sus manos se agarraban con fuerza a la almohada. Tenía los ojos cerrados. Trataba de asimilar las sensaciones que estaba experimentando, unos nuevos placeres que estaba disfrutando con intensidad.
Se quedó quieta y callada cuando comencé a follarla lentamente; su cuerpo parecía atrapado por una tensa curiosidad mientras se dejaba llevar por las sensaciones que brotaban de su ano. Yo sentía mi polla resbalar por una funda estrecha de seda. Seguí follándola. Noté que su culo empezaba a moverse, iba al encuentro de mi polla, buscaba que entrara más dentro. Pero no conseguía llegar lo bastante profundo. Al cabo de un par de minutos, cambió de posición y se colocó a cuatro patas. Me incorporé para facilitarla el cambio. Ahora me arrodillé detrás de ella. Mi mano seguía jugando de forma casi automática con su coño, pero yo seguía concentrado en follarle el culo. Ella me apartó esa mano bruscamente. Se quedó apoyada en una sola mano y con la otra comenzó a masturbarse frenéticamente. La miré, absorto y entusiasmado por ver como se masturbaba, mientras continuaba empujando mi pene dentro y fuera de su culo. A estas alturas de la follada, su culo estaba más abierto y resbaladizo. Yo flotaba en una nube. Creo que ambos estábamos flotando. Suspirábamos y gemíamos los dos casi al unísono.
- Aaaggg…, aaagg …, aaagggg…. Uuumm… Uuummm… Aaaggg… - Era el único diálogo
Finalmente, la intensidad de su placer la invadió como una ola, gimió profundamente y echó la cabeza hacia atrás, empujando su amplio trasero hacia mí.
- ¡Oh, Dios! ¡Qué gustooo…! ¡Me voy a correr …!
Su voz era profunda. Se mezcló con sus gemidos, con los gruñidos que soltaba con cada embestida. Retorcía sus nalgas contra mi entrepierna, haciendo círculos con ella. Después de varios movimientos, se paró de nuevo y empujó con fuerza contra mí. Sentí que mi pene penetraba aún más dentro de su recto.
- ¡Fóllame con fuerza…! ¡A la mierda mi culo…! Puedes rompérmelo…
Nunca la había escuchado pronunciar tales obscenidades. Ella comenzó a balancearse contra mí, acompasando sus movimientos hacia atrás con los de mis caderas hacia adelante. Se acopló al ritmo de mi follada intensificando su placer.
- ¡Oh, Jesús…!¡Oh, dios mío…! ¡Cómo siento tu polla…! Es tan grande …. No pares, no pares… ¡Fóllame cabrón que me muero de gusto…!
Agarré sus caderas firmemente y comencé a follarla a la mayor velocidad que pude. Estaba encantado de mi fuerza, de lo poderosamente que golpeaba mi polla en su trasero. No podía creer que no la estuviera haciendo daño. La habitación se llenó de sonidos de todo tipo: sus gemidos, el chapoteo de mi polla en su culo, los golpes de sus amplias nalgas contra mis muslos, sus palabras obscenas, mis jadeos por el esfuerzo… Una mezcla que encandilaba y erotizaba aún más la escena que estábamos viviendo.
Sus movimientos eran tan activos que se detuvo para cambiar de manos, inclinándose hacia el otro lado y empujando su mano izquierda contra su entrepierna. Me detuve para acomodar su movimiento, pero ella se echó hacia atrás con impaciencia y sacudió la cabeza:
- Por favor. No te detengas, sigue follándome sin parar, me vas a partir en dos, pero me gustaaaa… ¡Oooohhh…!
Ahora se estaba masturbando con más urgencia y sentí que su recto apretaba mi polla con espasmos duros.

Gimió profundamente y, entre convulsiones y gritos, comenzó a llorar, a soltar incoherentes súplicas que se volvieron más febriles e insistentes al acercarse al orgasmo. No podía seguir el ritmo a sus movimientos y mantuve sus caderas firmes mientras se volvía a follar con mi grueso pene. Se volvió más silenciosa, más concentrada cuando su orgasmo la llegó con toda su fuerza. Su cuerpo se tensó como un arco y sus convulsiones se hicieron más descontroladas. Eran sacudidas y estertores como si le hubiera dado un ataque epiléptico. Yo seguí gruñendo entre empujes y sacudidas, procurando no correrme aún. Aunque me costó un montón… Los estertores disminuyeron, pero ella teniendo sacudidas y pequeños calambres que la recorrían todo el cuerpo. Estaba disfrutando de las sensaciones de su doble orgasmo anal y vaginal.
Poco a poco, el terremoto amainó, dejó de moverse. Yo mantenía mi polla aún dentro de su culo; había disfrutado de las contracciones de su esfínter en mi polla, sin haberme corrido. Era una gran victoria para mí. Por eso se sorprendió cuando comencé a follarla de nuevo. Sabía que ahora estaba abandonada a mis caprichos. La follé por puro placer, con entradas cortas de conejo, manteniendo la mayor parte de mi pene adentro y retrocediendo un par de centímetros antes de volver a entrar. Estaba apoyada en ambas manos, y sus gemidos ahora más que darle placer la irritaban. Se sentía incómoda ahora que la intensidad de su orgasmo había pasado.
- ¿Te gusta esto, amor? – se susurré entre empujes.
Ella asintió, con los hombros tensos, pero percibí un destello de enojada frustración. Quería escucharla diciéndome que era una follada increíble. Necesitaba esa reacción. Quería escucharla luchando por acomodar mi polla, llorando de placer y dolor mientras mi virilidad la asaltaba, la abrumaba. Me recosté sobre su espalda empujándola para que se tumbase boca abajo cuando sentí que me llegaba el orgasmo. Agarré sus preciosas tetas que oscilaban de un lado a otro bajo su pecho. Gruñí como un cerdo en su nuca y comencé a correrme empujando mi pene lo más dentro que pude. Mi polla se tensó y ella gritó por el nuevo exceso. Me corrí como un burro, entre gritos, gruñidos y convulsiones de placer, llenando su interior de varios latigazos de esperma
Seguí haciendo pequeños movimientos de un lado a otro dentro de ella mientras las olas de placer disminuían y volvía desde los cielos a la habitación. El sudor era frío y pegajoso entre nosotros cuando me aparté de su espalda. No quería quitarle mi pene, pero podía sentir sus piernas a ambos lados de las mías temblando por el esfuerzo, así que lentamente me retiré. Mi polla todavía estaba bastante hinchada y empapada con nuestros jugos. Cuando mi polla salió de su ano, arrastró con ella una tibia cadena de semen que resbalaba por su perineo y alcanzaba los labios de su coño.
La miré el culo relajado ya. Su rojo y abierto culo se iba cerrando lentamente, aunque todavía tenía pequeñas e involuntarias contracciones. Se cerraba al tiempo que rezumaba gran cantidad de esperma. Sin pensarlo, me incliné hacia delante, y comencé al lamerle su blando esfínter, empujando mi lengua con avidez hacia su interior. Había probado mi propio semen antes, en un momento de aburrimiento y curiosidad, pero no lo había hecho nunca así, empujado por el desenfreno y la lujuria. Envuelto aún en el placer de nuestros orgasmos, lo hice sin pensarlo dos veces. Recuerdo que me sentí un poco avergonzado cuando pensé en todas las mujeres cuyas cabezas había mantenido firmes sobre mi polla mientras querían zafarse de mis corridas en sus bocas. Ahora no podía parar de hacerlo yo. Mi novia derrumbada en la cama, con las piernas lascivamente abiertas era una invitación al banquete. Seguí chupando y lamiendo su trasero, avasallado por la compulsión y la lujuria.
Me encantó el hecho de haber cogido este semen dentro de ella. Me encantó el hecho de que la abertura de su culo estaba roja y distendida, cuando unos minutos antes habían estado fruncidos y virginalmente rosados. Sentí que el calor subía de nuevo en mi cuerpo, sentí que mi pene se endurecía, que no se había suavizado por completo desde que lo había sacado, que seguía vivo y palpitante, que quería de nuevo entrar en su recto. Rápidamente me moví sobre su cuerpo y me acosté a su lado. Ella me daba la espalda. Parecía dormida tras el aturdimiento post-orgásmico, disfrutando de las sensaciones que acababa de tener al sentir mi lengua limpiando de líquidos su ano. Cuando sintió que apretaba mi pene de nuevo contra sus nalgas, despertó para activar la alarma.
- ¿Qué estás haciendo…?
El final de su pregunta acabó con un gruñido de sorpresa que se convirtió en un grito de placer. Acababa de hundir mi polla de nuevo en su culo con un empuje largo y firme.
Podía saborear mi propio semen y su trasero en mi boca cuando agarré sus caderas y comencé a empujar largas y constantes arremetidas dentro y fuera de su plácido, de su ardiente culo. Se movió hacia arriba, apoyándose en los codos y dejó caer la frente sobre la almohada.
- ¡Oh, Dios, oh Dios…!
Su última sílaba se convirtió en un gemido de placer urgente, casi confuso. Nuevamente tuve una sensación de su desconcierto. Ella estaba tratando de conciliar su intenso placer con las sensaciones previas del dolor inicial de sentir otra vez su culo bien abierto.
- ¡Bastardo! - gimió en la almohada, empujando su trasero hacia atrás sobre mi gruesa polla invasora.
- Oh, perdona. ¿Te hice daño?
Ella levantó la cabeza de la almohada,
- Dame este coño trasero que tienes – respiré casi asfixiado – Sé que te encanta, puta. Dime cuánto lo deseas….
Debí sentirme como una patética caricatura de una estrella del porno, pero en realidad me sentía poderoso e increíblemente excitado. Mi cara estaba ardiendo, mi corazón latía a doscientas pulsaciones, mis palabras llenas de lujuria y una sensación increíble de dominio, del poder de mi polla contra su voluntad, convirtiéndola en mi esclava sexual, convirtiéndola en el objeto más valiosos de mi deseo más guarro. Levanté su muslo derecho para permitir ver cómo entraba mi polla en su culo sin dificultad alguna. Mi boca estaba por debajo de su pelo, a la altura de su oreja. Todavía podía sentir el sabor de nuestros sexos en mis labios, en mi lengua. El olor de su trasero y mi esperma llenaron mis fosas nasales.
- Te encanta, perra… Dime que te encanta….
Mis caderas impactaron contra sus nalgas. Incapaz de articular palabra, mantenía un flujo constante de jadeos desde lo más profundo de su pecho. Los puntazos de mi polla generaban pequeños gemidos de placer. Pasaba de las lentas penetraciones, casi imperceptibles, a una tanda de penetraciones rápidas y fuertes. Eso la volvía loca. Éramos una sola carne, una conjunción de dos seres unidos por una potente y dura clavija enchufada en un profundo aro de carne caliente. Así, conectados el uno al otro, Todo mi ser estaba en sintonía con su puto agujero. Pensaba en la imagen de su aro de carne bien abierto y dilatado, relajándose o comprimiendo mi polla en cada entrada y salida. Los sentía ardiendo, quemando mi sexo en su interior. Su excitación desenfrenada, por encima de su voluntad; y su cuerpo abandonado a mis caprichos. Tenía muy relajadas sus piernas y sus nalgas, síntomas del abandono por el placer y el sometimiento. Ello aumentó mi placer y mi disfrute. La estaba jodiendo, y bien -en los dos sentidos- y a ella le encantaba. Estaba follando su trasero, cuyo aroma y sabor me embriagaban; su recto estaba bien empapado con mi esperma, ese esperma que había saboreado y me deleitaba. Podía sentir la jugosidad dentro de ella, haciendo que el sonido de mis embestidas se transformara en un chapoteo cada vez más rápido como las gruesas de gotas de agua que preceden a una tormenta de verano, al auténtico jarreo que es la llegada a un orgasmo bestial. Las contracciones repentinas de su culo apretando mi polla me hicieron saber que se estaba corriendo; ello hizo que yo no aguantara más y yo hiciera lo mismo. Nuestros orgasmos sincronizados llenaron la habitación de gruñidos y sonidos lascivos: el golpeteo de las nalgas y los muslos, respiraciones entrecortadas, gemidos, gritos, aguacero final… Entre medias de ambos una sustancia cálida y pegajosa inundando su culo y saliendo a borbotones embadurnado nuestros cuerpos y llenando de efluvios anales el ambiente. Su ano ordeñaba mi polla sin contemplaciones, tratando de succionar todo mi ser. Creí morir de gusto mientras mi polla expelía los últimos latigazos de semen en su interior y mi cuerpo se relajaba completamente encima del suyo. Solté su pierna y me tumbé de espaldas. Mi polla salió de su culo, con si fuera el descorche de una botella. Ella gritó un imperceptible ¡ooohhh, nooo...! como queriendo retenerla en su interior, pero, agotada y satisfecha, se abandono en los brazos de Morfeo.

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Mi amigo Santi y yo estábamos sentados en su sala de estar bebiendo nuestra tercera cerveza.
- ¿Cómo te las arreglaste para correrte de nuevo?
- Estaba como un tren de vapor. Creo que fue uno de los orgasmos más poderosos que he
tenido. Pensé aquello no iba a tener fin, que la iba a follar hasta la muerte.
- ¿Y cuál fue su reacción al despertar y ser consciente de lo ocurrido? ¿Te mandó a la mierda o se mostró comprensiva por el efecto de tus excesos?
- ¡Dios no! Creo que estaba un poco aturdida, no imaginaba su increíble respuesta al sexo anal. Solo quería que la abrazara. Al cabo de un rato decidimos darnos un baño juntos.
- ¡Jodido cabrón! - exclamó Santi – Acabas de conseguir una puta sumisa que hará siempre lo que tú quieras. Eres aforunado…
Nos reímos juntos. Muchas veces habíamos discutido las dificultades de Santi para que sus parejas sexuales
reconocieran que lo que querían era una buena follada.
- Los tíos homosexuales también suelen ponerse tensos cuando les hablo de darles por el culo. Eso es lo que de verdad quieren, pero tenemos que conjugar todos estos juegos sociales y tontos de pretender que todos somos esencialmente versátiles.
- ¿Nunca has dejado que uno de tus novios te folle a ti?
Sabía que Santi era más activo que pasivo a la hora del folleteo anal.
- ¡Oh, claro que sí! De vez en cuando tengo que poner el culo. Es la única forma en que puedo lograr que me dejen luego follarles a ellos - Santi tomó un trago de cerveza - Y supongo que a veces también deseo levantar mis piernas sobre los hombros de un afortunado y dejar que entre una buena polla en mi interior. Mentiría se te dijera que no me gusta… y mucho – rio.
- ¿De verdad? Pensé que eras estrictamente activo…
- ¡Oh, cariño, no me encasilles! La mayoría de las veces no es lo que necesito, pero lo que está claro es que el hecho de que tener una polla en el culo frotando la próstata y estimulando las terminaciones nerviosas mientras te corres es uno de los mayores placeres de la vida… – Su voz adquirió un tono casi majestuoso cuando terminó su alegato.
- ¡Jesús, eres tan jodidamente evangélico sobre la gran causa! ¿Es realmente tan bueno o es solo propaganda gay?
Se rió de mi pregunta
- ¡Oh vamos Lorenzo! Acabas de contarme cómo quedó de satisfecha y agradecida tu novia cuando la follaste el culo dos veces… Pues imagínate cómo es en un culo masculino. Créeme, la próstata marca la diferencia.
- Sí, sé todo sobre la puta próstata, gracias. Ya me lo has contado otras veces, pero aún así, solo de pensarlo me tenso.
El sonido del timbre del telefonillo interrumpió la conversación. Lorenzo se levantó y cogió el telefonillo, dijo algo inaudible para mí y apretó el botón de apertura de la puerta a quién quiera que fuera.
- Mario está aquí - dijo mientras se sentaba y recogía su cerveza.
Un pequeño vuelco agitó mi estómago. Mario era el novio actual de Santi. No empatizábamos mucho. Me resultaba difícil relacionarme con él. Santi había sido mi mejor amigo desde niños, fuimos juntos a la escuela. Cada vez que lo veía sentía que con él era homofóbico, Mario no me caía bien, no era mi tipo de hombre. Disfrutaba de la compañía de otros amigos gays de Santi, pero con Mario me parecía imposible tener una conversación seria, siempre tratando de coquetear conmigo. No es que me importara especialmente, pero siempre trataba de llevarlo demasiado lejos, hasta un punto en que me resultaba incómodo. Creo que esta era su intención, y por eso me resultaba difícil estar con él. Me había
prometido a mí mismo que haría un esfuerzo por el bien de Santi, pero había tratado de mantener las buenas maneras con Mario, haciendo un poco de tripas corazón, pues Santi parecía estar muy enamorado de él. Me preguntaba por qué, qué veía en él, cuando Mario irrumpió por la puerta principal.
- ¡Hola, cariño! - Santi se levantó para saludarlo y fue recompensado con un profundo beso, que Mario rompió cuando me vio sentado en el sofá.
- Lorenzo, Dios, ¡qué guapo estás! ¡Ven a saludar correctamente y deja de ser un tímido macho!
De mala gana me puse de pie e inmediatamente me abrazó. Los brazos musculosos de Mario se marcaban por debajo de su traje inmaculado. Olía a su colonia habitual, a madera, picante y cara. No era alto, pero se ejercitaba de manera compulsiva. Tantas horas de gym hacían que hubiera desarrollado un físico musculoso y tenso. Su cabello siempre estaba revuelto como un niño, y su rostro era solo el lado bonito de su persona. He de reconocer que era guapo: descarado y encantador, en lugar de plástico y agresivo. Me sonrió y luego me besó en los labios. Siempre lo hacía. Me llamó la atención el contraste entre su piel suave e hidratada y el toque de crecimiento de barba que rodeaba su boca. Me aparté y me senté. Mario inmediatamente saltó hacia donde Santi estaba sentado y se acomodó en su regazo, rodeando con el brazo el cuello de su novio. Santi parecía un gato hambriento a punto de tragarse el canario. Mario trabajaba en uno de los grandes bancos, tenía un puesto relevante en él. Acababa de celebrar una promoción con amigos del trabajo y estaba claramente más borracho que nosotros. Cualesquiera que fueran las expectativas placenteras que tenía para el resto de la noche, comenzaron a menguar cuando Mario comenzó a contarle a Santi sus incidencias laborales. Santi me miró por encima del hombro de Mario pidiéndome una sutil disculpa con la mirada. Sonreí y me encogí de hombros. Santi sabía que ahora yo estaba allí algo incómodo. Sin embargo, la exuberancia de Mario claramente estaba haciendo mella en Santi. Se estaba poniendo cachondo. Vi su cerveza agotada y estaba a punto de escaparme a la cocina para traer otras, cuando Mario se levantó de un salto.
- Perdóname, Lorenzo, por ser tan grosero. Lamento haberme metido de golpe en vuestra velada de amigos. Os he interrumpido y he sido egoísta hablando de cosas de trabajo. Déjame que te traiga otro trago, y cuando me hayas contado de qué hablabais, me iré a la otra habitación y los dejaré tranquilos.
Su actitud era tan abierta y avergonzada que mi tensión se calmó al instante por la calidez de su encanto. Me sonrojé y bajé la mirada.
- Ok. Les traeré un trago y cuando regrese me cuentan sus cotilleos – dijo al tiempo que salía del salón en dirección a la cocina.
La cocina de Santi era en realidad una cocina americana. La separaba del salón una larga barra de mostrador con una amplia ventana que se comunicaba con él. Pudimos ver a Mario reaparecer en el otro lado del mostrador, abriendo la nevera y sacando tres botellas de cerveza.
- ¿Y de qué hablabais? – preguntó a través de la ventana
- ¡Oh, he estado tratando de hacer que Lorenzo entienda los placeres de ser follado! -gritó Santi, sonriéndome como un niño lascivo.
Me sentí mi cara sofoco de vergüenza mientras Mario volvió a entrar en la habitación.
- Bueno, qué demonios sabrás tú sobre eso? - Mario lo regañó mientras se sentaba a mi lado en el sofá. Se volvió hacia mí conspirador:
- Honestamente, Lorenzo, cada vez que trato de acercarme a su trasero, se convierte en una
auténtica heroína defendiendo su bastión, una Agustina de Aragón apuntando con su cañón hacia los franceses, y se vuelve frío y aburrido…Jajaja.
Santi intentó balbucear una réplica, pero Mario tenía una audiencia.
- Eso sí, también es verdad que no suele ser muy a menudo cuando me apetece hurgar en sus regiones traseras ¿A quién pretendo engañar? ¡Soy una auténtica perra en las calles y en las sábanas! A mí lo que de verdad me vuelve loca es sentir su magnífica polla horadándome el culo durante horas. Me corro como una loba y quiero más y más cada vez que me lo hace. Además, Santi, es un gran follador, deberías probarlo… -rio a carcajadas
Su risa era franca y abierta. Sus ojos brillaban con picardía. Seguramente recordaba sus embestidas más recientes y aún las podía saborear. Apartó un mechón de su cabello que le caía en la frente.
- Además, por si no lo sabes, estar debajo es bueno para las arrugas. Supongo que la gravedad no interviene cuando alguien trabaja encima de ti.
Todos nos reímos. Mario fue el anfitrión perfecto durante la siguiente hora más o menos, mientras nos contaba historias espeluznantes sobre un desastre financiero cercano y los hábitos extraños de su jefe, cuyo escritorio siempre estaba organizado en una compleja serie de simetrías geométricas. La verdad es que era buena compañía, jovial y reflexivo. Estaba empezando a cambiar mi opinión sobre él, especialmente porque no había intentado avergonzarme sexualmente.
Finalmente, no pude ignorar más la llamada de mi vejiga y pedí disculpas mientras me tambaleaba por el pasillo, más borracho de lo que esperaba, de camino al baño. El baño de Santi era un santuario para el dios del consumo gay. La colección de pociones y botellas de mi novia era insignificante comparándolas con éste. Me puse de pie sobre la taza del inodoro y saqué mi polla. Comencé a mear mientras admiraba mi figura el gran espejo. Veía un flujo continuo de orina cayendo a la taza. El alivio fue maravilloso. Cuando la orina dejó de caer, tiré de la piel de mi prepucio arrugado, para sacudirme las últimas gotas. El glande al descubierto lucía brillante e hinchado. Me gustó verlo reflejado en el espejo.
Mis pensamientos volvieron a mi novia. Me sentía muy bien sabiendo el inmenso placer que la había procurado, cuánto me querría a partir de esa noche y las veces que podría repetir…Mi polla se estaba endureciendo solo de pensarlo. Me entraron unas ganas enormes de pajearme. Eché un vistazo a la pila de revistas encima del cesto de la ropa sucia, al lado del inodoro, por tener alguna estimulación visual añadida. Pero encontrar revistas de chicas en el baño de un hombre gay iba a ser algo difícil. Me incliné y hojeé las revistas apiladas. Eran las revistas corrientes de los quioscos: Hola, Semana, Lecturas… mezcladas con semanarios de algún periódico y algunas de tinte más específico: Muy interesante, Tendencias, Yoga y terapias alternativas… Todas de lo más corriente. Pero más abajo, al final del montón asomaron unas cuyas pastas eran satinadas y con colores de tono carne.
Saqué una revista cuya portada era un hombre desnudo de espaldas y en cuclillas, tirando de una de sus nalgas y mostrando ligeramente su agujero marrón. Su cuerpo era atlético, bien formado, y sus nalgas de lo más seductoras. “Freshmen”. Sentí un inesperado destello de curiosidad y emoción. Me senté en el inodoro y hojeé las páginas. Las fotos no eran de sexo explícito, sino buscando la erótica de la imagen y la seducción de los cuerpos. Los modelos eran espectaculares. Una imagen me llamó la atención. En ella dos hombres miraban hacia la cámara, uno detrás del otro, pero sus cabezas casi en el mismo plano. El de delante se inclinaba algo hacia delante, apoyándose en una mesa de escritorio, estaba semi descamisado, ofreciendo un pecho ancho y peludo; el de atrás le sujetaba con una mano en su hombro y la otra en su cadera. Por la expresión de su rostro parecía que le estaba dando un buen puntazo en el culo. Empecé a sacudir mi polla con más determinación. El de atrás tenía su rostro más serio, su boca dibujaba una mueca de esfuerzo. Era una sucesión de fotos en un despacho de trabajo, donde se contaba la historia de un jefe follándose a su secretario. Lo que más me excitó era ver la cara del hombre al que follaban. Era un hombre musculoso y muy varonil, con pecho y brazos musculosos, pero su cara, la expresión de su rostro era de puro éxtasis. Su boca estaba abierta, relajada, sus ojos estaban parcialmente cerrados y vidriosos. Su frente estaba cubierta con un ligero brillo de sudor y, entre sus muslos abiertos, aparecía su brillante polla circuncidada apuntando hacia su vientre. No podía imaginarme a un hombre disfrutando tanto de ser follado y que mantuviera una erección así.
De repente recuperé la conciencia de dónde estaba, de qué estaba haciendo de lo que estaba mirando. Y, sobre todo por lo que me estaba excitando. ¡Dios, no podía ser! Me puse de pie y metí mi polla rígida en mis pantalones. Una ola de repulsión me sacó de mi estado de absorción. Mi curiosidad por el sexo anal se estaba volviendo ridícula. Volví a meter la revista en el montón y me lavé las manos con esmero, frotando su también mi cara para eliminar cualquier atisbo de calentura. Abrí la puerta del baño y salí hacia la sala. La tarde había caído y estaba medio en penumbras. Fui a encender la luz para poder ver a mis anfitriones, pero me detuve al oir una especie de ruiditos y risas flojas. Los pelos de la nuca se me erizaron. Ahora era un suave murmullo. Reconocí el tono íntimo de los sonidos. Caminé por el pasillo y antes de entrar al salón, me detuve. Mis amigos no estaban en el sofá donde yo los había dejado. La luz del techo de esa cocina americana arrojaba un haz de luz tenue sobre el mostrador. No los podía ver, pero los escuchaba. No me atrevía a dar la vuelta a la columna que me separaba de la entrada al salón. Pero me asomé con prudencia, para no m*****ar.
Mario estaba apoyado con los codos sobre el mostrador de la cocina, mirando hacia su interior. Por suerte tenía la cabeza girada hacia el lado contrario de donde yo venía. No me pudo ver. Tenía los pantalones y la ropa interior bajados y enredados alrededor de los tobillos y la camisa subida por la espalda. Santi estaba pegado a él, bueno a su culo; con los pantalones en las rodillas. Con sus nalgas apretadas y bombeando su polla dentro del culo de Mario. Tenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. Podía oir ahora con nitidez sus gruñidos por el esfuerzo y los gemidos casi silenciosos de Mario. El mete-saca era brutal. Vi una botella de aceite de oliva encima de la barra. Estaba claro que les había dado un apretón y habían utilizado el aceite como lubricante para un polvo rápido. Mario dio un enorme gemido echó sus caderas a un lado. La polla de Santi salió de su culo, apareció de repente ante mis ojos. Me sorprendió verlo. Era enorme. Como el brazo de un niño, bromeaba él, cuando hablaba de sus atributos. Habíamos compartido habitación durante un año, nos habíamos cambiado infinidad de veces en el gimnasio, pero no recordaba haber visto su polla antes, y mucho menos en ese estado. Era imponente, del tipo de pollas que ves en las películas porno de los setenta. Yo nunca había visto el pene erecto de otro hombre en vivo y en directo. Sentí una punzada de celos. Yo la quería tener también así.
“Mierda", exclamó Santi, al notar que se le salía la polla sin querer. Volvió a recorrer las nalgas de Mario en busca de su agujero con su polla. Estaba tan concentrado en ello que no me vio. Había girado la columna y estaba a un metro escaso de ellos. Mario se movió, impaciente con la ineptitud de su novio que no acertaba a entrar de nuevo. Metió una de sus manos por su entrepierna para agarrar el enorme pene y guiarlo de nuevo a su interior.
«Más arriba», susurró Mario. La polla de Santi brillaba por el aceite. Comenzó a desaparecer dentro del culo de Mario.
- ¡Oh, Dios! - el gemido de Mario fue profundo y gutural - Sí, fóllame, cariño, uuumm, como te siento… Me gusta sentir tu polla quemándome las entrañas… Quiero que te corras dentro… Síííi... Sííí, así me gusta… - Mientras Santi le golpeaba el culo como un martillo neumático.
Me aparté de la puerta. Me ardía la cara. Mi corazón estaba acelerado. ¿Qué estaba haciendo allí parado viendo como mi mejor amigo gay se follaba a su pareja? ¿No habían reparado que yo estaba allí? Deseé haberme quedado en el baño, haberme masturbado. Mi polla se sentía ahora como una vara en mis pantalones. Podía sentirla dura y mojando mi ropa interior. No debería estar mirándolos. No deberían estar haciéndolo. Esto era sexo gay, en directo y sin censura. Fue insultante para mi heterosexualidad. Y, sin embargo, me sorprendió la virilidad de lo que estaba viendo. Se trataba de dos hombres homosexuales desnudos y excitados, sin ningún pudor, follando y disfrutando del sexo anal. No quise preguntarme, pero ¿por qué yo también estaba excitado? Estaba claro que era por la escena que contemplaba. Mi mano frotaba de forma automática el bulto en mis pantalones. Abrí el botón y bajé la cremallera. Saqué mi polla y comencé a masturbarme animadamente. Di un paso atrás y, sin querer pulsé el interruptor de la luz.
La estancia quedó iluminada del todo. Y Santi y Mario miraron hacia mí. La cara de Mario estalló en una gran carcajada. Santi no interrumpió su follada, tan solo dio un gruñido más a sus embestidas salvajes.
- Mierda, Lorenzo, lo siento… - atinó a disculparse- Pensamos que nos daría tiempo a echar uno rápido antes de que volvieras del baño.
Mario, al verme con la polla en la mano, me hizo señas pidiendo que me acercara a él
- No juegues tú solo, Lorenzo, ven – me ordenó.
Mario se giró y se alejó un poco del mostrador. Vi su polla pegada contra su vientre. Estaba depilado totalmente. Me gustó su aspecto. Santi tuvo que dejar de empujar para seguir conectado a él con el giro de su novio. Mario me volvió a llamar. Di un paso adelante. Acércate más, me pidió. Entonces se apoyó en mis caderas y metió mi pene en su boca. Lamió con su lengua alrededor del mi glande hinchado y húmedo. Luego me miró.
- Tienes una polla muy gorda, Lorenzo, como a mí me gustan. Me sonrió y luego hizo una mueca de placer al sentir que Santi reanudaba sus embates pélvicos.
Mario puso mi polla en su boca y de un solo movimiento, se la tragó entera. La sentí entrar en el anillo de su garganta. Mentiría si dijera que aquello no me volvió loco. Gemí de gusto. Mi polla no había sido chupada así desde hacía mucho tiempo. Comencé a moverme follando su boca, abandonándome a la sensación de ser engullido por ella. Podía sentir su cálido aliento en mi entrepierna, los cabezazos contra mi vientre cuando Santi lo empotraba brutalmente por detrás. Las manos de Mario seguían agarradas firmemente a mi cintura mientras trataba de mantenerse en equilibrio. El rostro de Santi le delataba: no estaba lejos del orgasmo. Yo estaba algo aturdido por el vigor de su puta, que estaba siendo follada por ambos agujeros. No podía imaginar cómo lo sentiría Mario.
Sentí que Mario desabrochaba del todo mi bragueta y me bajaba los pantalones hacia las rodillas. Sacó mi polla de su boca y me dio la vuelta. Me dejé hacer. Había perdido toda voluntad y me volví un buey manso en sus manos. Me inclinó un poco hacia adelante. Me sujeté en el respaldo de una silla cercana. Cuando me di cuenta de cuál era su intención, no lo pensé, llevé mis manos hacia mi culo y separé con ellas mis nalgas. Sentí su aliento en mi grieta. Un escalofrío me recorrió la columna. La suave humedad de su lengua se sentía obscena y deliciosa. Cuando se metió en mi agujero, me estremecí. Un ligero calambrazo recorrió mi cuerpo; luego me relajé con las cálidas y dulces sensaciones que comencé a sentir. Nadie me había chupado el culo antes. Le rogué a mi última novia que me devolviera el favor por todas las veces que yo la había lamido su trasero, pero la idea le había parecido repugnante y no quiso hacérmelo. Ahora me di cuenta de lo egoísta que había sido. Sentí que me estaba derritiendo. Unas sensaciones cálidas se extendían desde mi ano. Al mismo tiempo, no pude evitar retorcerme y empujar para tratar de que la lengua de Mario llegara a lo más profundo de mis entrañas.
Detrás de mí, Santi parecía tener un orgasmo fuerte y violento. Se me ocurrió que debía tener una gran vista de mi grieta peluda. Quizás debería estas cortado ante esta situación: el follando a su novio y su novio chupándome el culo. Aunque fuera mi mejor amigo, la situación no parecía muy lógica. Esta noche nos habíamos visto desnudos y empalmados por primera vez. Yo lo había visto follándole los sesos a su novio. Y ahora me unía a ellos, empujando mi agujero abierto en la boca de su novio. ¿Qué hacía yo ahí? Yo era heterosexual, por el amor de Dios. Esto no es normal, pensé. Mi masculinidad estaba siendo amenazada. Sabía que no me atraía sexualmente ninguno de ellos. Santi y yo éramos amigos de siempre y habíamos compartido la mayoría de los momentos importantes de nuestras vidas ¿Pero esto…? No me gustan los hombres, pero no dejaba de entender que tanto Santi como Mario eran dos tipos atractivos. Santi era alto, más bien delgado y con bastante vello en el cuerpo; estaba en buena forma, aunque no hacía deporte alguno. Nunca había perdido el físico que había desarrollado jugando al baloncesto en la universidad. Había perdido en los últimos años la mayor parte de su cabello, por eso se rapaba casi al cero y tenía el aspecto de un joven moderno.
Yo era un tipo normal, para nada fanático de los gimnasios. Santi me confirmó que era gay al saber que veníamos juntos a estudiar a Madrid, a estudiar en la Complutense. Íbamos a compartir la misma habitación en la residencia de estudiantes. Me había parecido valiente y moderno al tiempo, era un ejemplo para todos aquellos que andaban dentro del armario aún. Era un tío varonil, nada afeminado, un auténtico hombre. Y jugaba muy bien a baloncesto. Nunca lo había visto avergonzarse ni pedir perdón por ser homosexual. Y, aunque no iba pregonándolo por ahí, tampoco lo escondía si llegaba el caso. Le había visto enfrentarse con valentía y decisión a más de uno. No aguantaba que alguien le menospreciara o insultara por su condición sexual. Sin violencia, pero con buenos argumentos y convicción. Era inteligente y sensible. Sabía cómo manejarse. Y también sabía que le gustaba relajarse, languidecer en baños de burbujas con velas y champán. Le respetaba y le quería -como amigo, vaya- Tenía muchos más motivos para quererlo que a la mayoría de los miembros de mi familia. Era más un hermano para mí que un amigo.
Sabía entonces, y sé ahora, que soy heterosexual y que me vuelven loco las mujeres. No podría decir otra cosa pues mentiría. Sin embargo, también tengo que reconocer mi obsesión sobre el sexo anal. Si soy sincero, es mi juego sexual favorito con las mujeres. Mi propio trasero ha sido una fuente principal de placer sexual para mí desde que me metí los dedos por primera vez. Y ante esta inesperada situación, no me sentí incómodo, sino todo lo contrario. Me sentí relajado y seguro con Santi a mi lado. Esta era una situación inigualable para mi primera experiencia. Un ambiente confortable y seguro para explorar otras formas de sexo. Sin embargo, todavía estaba algo reticente a seguir. No sabía hasta dónde quería o podría llegar. No quería hacer nada que amenazara mi relación con Santi. Tampoco sabía qué podían esperar de mí.
En ese momento se corrió entre convulsiones y gruñidos más fuertes. Mario debió sentir su corrida pues comenzó a emitir sonidos ininteligibles, entre los jadeos de Santi y los suyos. La cara de Santi pasó de estar constreñida por el esfuerzo a quedar obscenamente relajada, con la mirada totalmente pérdida. Estaba corriéndose en el culo de su novio, con estertores de placer supremo.
Sentí a Mario alejarse de mi trasero. Me enderecé y me di la vuelta. Santi retiraba la polla de su culo y se alejaba de él. Estaba claro que Mario no se había corrido. Su pene todavía seguía turgente y pegado a su barriga. No pude evitar mirar la polla de Santi. Era una enorme salchicha colgando entre sus piernas, amoratada, hinchada y resbaladiza por los jugos y el aceite lubricante. Ya no estaba empalmado, pero su tamaño seguía siendo obscenamente largo y grueso.
Vamos a ponernos más cómodos, Lorenzo, dijo Mario. Todavía no he terminado de lamer tu hermoso trasero. Su cara todavía estaba sonrojada, pero su mirada ya no estaba tan perdida. Iba hacia el dormitorio y me tendía la mano. Me sonreía con un encanto especial. Le devolví la sonrisa. Pero me sentí un tanto dubitativo. Miré a Santi, que intentaba limpiar la su pegajosa entrepierna y muslos con un pañuelo de papel. Me miró y dijo:
- No te sientas incómodo, Lorenzo. Si quieres ir, ve. Los tres nos conocemos bien y eres mi mejor amigo. ¡Disfrutemos esta noche tal como es, y la próxima semana te prometo que veremos el partido como si nada hubiera pasado! Tiró el pañuelo al cubo de la basura y se echó a reír.
Le sonreí y pensé para mis adentros, “está bien, amigo, quiero sentir de nuevo la lengua de Mario en mi ojete”. Troté por el pasillo de la mano de Mario hacia la habitación y salté sobre la cama, tumbándome de espaldas. Cuando Santi llegó, Mario estaba entre mis piernas con mi polla en lo más profundo de su garganta. Mi amigo cerró la puerta y se sentó en un sillón de cuero que tiene en una esquina del cuarto. Era un buen observatorio, sin duda. La extraordinaria técnica bucal de Mario había devuelto la tensión y la dureza a mi polla casi de inmediato, chupando con fuerza mi pene y abriendo su garganta para realizarme una magnífica “garganta profunda”. Podía sentir mi polla atrapada en un túnel estrecho de carne cálida y sus labios sobre mi vientre. Las contracciones de su garganta, como si quisiera deglutir un alimento, me volvían loco. Santi, recostado en el sillón de cuero, desnudo y con las piernas muy abiertas, nos miraba. Su monstruoso pene colgaba entre sus piernas, semi flácido, apoyado lascivamente en su saco de bolas. Tenía los ojos medio entornados, pero no perdía detalle. Mario notaba mi respuesta a sus caricias, mi polla había crecido en su garganta y estaba como un poste de dura. Levanté las nalgas de la cama, empujando con fuerza para meterme más dentro aún, apoyado en mis hombros y mis pies. Luego puse los muslos sobre sus hombros, exponiendo mi culo a su vista. Mi respiración era irregular mientras esperaba que su lengua me penetrara.
Estaba mucho más relajado que en el salón y sentí su lengua húmeda retorciéndose en mi entrada, perforándola. Gruñí y abrí más las piernas. En ese momento oí crujir la silla de cuero y vi a Santi moverse hacia nosotros por el rabillo del ojo. Sentí que me colocaba unas almohadas debajo de mis riñones y nalgas.
- Tendréis que poneros más cómodos, ¿no creéis, chicos?
Su voz tenía escondía una sonrisa lasciva. Me relajé sobre las almohadas y cerré los ojos. Sentía mi polla muy dura y caliente, pero no quería tocarla. No quería confundir las sensaciones que me estaban llegando desde de mi trasero; no quería perderlas por el mero hecho de hacerme una vulgar paja. Me sentí relajado, suelto, cachondo. Creo que por un momento entendí cómo se siente una mujer cuando se abre a un hombre. El desenfreno crea un vacío que necesita ser llenado con el deseo de otra persona. Sin saber porqué, acerqué mis manos a mi pecho, sujeté mis pezones entre mis dedos pulgar y corazón y comencé a tirar de ellos. Al instante se pusieron tiesos y duros, una corriente eléctrica parecía conectarlos con mi culo. Podía sentir que mi cuerpo se licuaba, recorrido por las sensaciones y el placer. Me oí gemir como una auténtica puta, mientras respiraba cada vez con más dificultad.
Noté que Mario se levantaba de la cama y se alejaba de mí. Abrí los ojos. Santi estaba de pie a un lado de la cama untando lubricante en la polla de Mario. Lo extraía de una botella grande con un dispensador, como si fuera crema para el cuerpo. Mario estaba de rodillas entre mis piernas ampliamente abiertas y relajadas. Mi culo apuntaba hacia él. Mario me miró a los ojos. Su mirada directa, y mostraba claramente su intención. Los dos sabíamos lo que quería, lo que venía a continuación. Y yo, creo que lo estaba deseando.
Santi retiró su mano y sentí que Mario se acercaba a mí. Levantó mis piernas sobre sus hombros. Dejé caer la cabeza sobre la cama y cerré los ojos. Mis dedos tiraron y retorcieron mis pezones. La habitación se volvió etérea y cálida. La polla de Mario rozó varias veces mi agujero, era una sensación muy agradable. Podía sentir la suavidad y la dureza al mismo tiempo. Tenía el esfínter algo dilatado y resbaladizo por su saliva y por el lubricante de su polla. Apoyaba la punta, presionaba un poco dilatando la entrada y volvía para atrás. El juego de querer entrar y no entrar me volvía loco. El deseo se iba incrementando, deseaba que entrara de una vez… y levantaba el culo para ir a su encuentro. Por fin noté que su glande se quedaba encajado y él no hacía ningún movimiento para sacarlo; todo lo contrario, seguía encajado y comenzaba a presionar. ¡Uf, qué gusto! Mi culo cedió, se abrió para recibirlo, como una onda en el agua cuando una piedra cae en ella. Noté una pequeña resistencia de mi esfínter. Se rebelaba contra mis deseos. Se negaba a dejar entrar esa resbaladiza y dura polla. Lo sentía presionar hacia adelante, la puerta cedía poco a poco. Respiré profundo y me relajé. El resultado fue el esperado, su cabeza entró del todo. Una sensación indescriptible recorrió mi culo. Es curioso ser penetrado sin saber ni imaginar las reacciones de tu cuerpo. Su polla avanzaba hacia mi interior despacio y yo sentía cada centímetro de ella despertando mis deseos más escondidos y elevándome al séptimo cielo. Comenzó un leve movimiento de mete saca que me enervó. La excitación era natural, menos inducida que cuando me pajeaba. Mario se inclinó hacia adelante echándose encima de mí. Su polla entrando y saliendo de mi culo era como un pistón lento recorriendo en uno y otro sentido el cilindro de mi culo, una auténtica locura. Jamás hubiera pensado las dulces sensaciones que estaba experimentando. Unas sensaciones nuevas, desconocidas, que me hacían gemir y jadear de placer. Me besó los labios y le devolví el beso con la misma intensidad que lo hacia con mis novias
- ¿Te gusta lo que se siente? – me susurró al oído.
- Mmmm, sí… - medio gruñí.
No pude decir nada más. Su pregunta era casi retórica, mis gestos y mis reacciones eran un signo inequívoco de su gran victoria: penetrarme sabiendo que me jactaba de ser un heterosexual incondicional. Mi ano cada vez más resbaladizo luchaba por no dejar escapar este hermoso y cálido cilindro cada vez que se retiraba de mi. Sus idas y venidas se iban haciendo más profundas y rápidas. Me volvía loco con cada entrada, deseaba que volviera a salir para deleitarme con cada nuevo puntazo. Más dentro, más profundo… Se paró muy dentro de mí, empujando sus caderas al máximo. Sentía su aliento cálido en mi cara y en mis labios. Me miró observando mis reacciones. Sus caderas comenzaron a moverse de forma circular. Mi culo estaba completamente relajado y su pene se movía en mi interior como un mimbre cimbreándose por el viento. La punta de su polla en lo más profundo de mi culo hizo que gimiera de placer. Unas nuevas y deliciosas sensaciones me recorrían todo el cuerpo. Se iniciaban en este centro neurálgico y se expandían como olas por todo mi cuerpo. Me besó otra vez y le correspondí con pasión. Nuestras lenguas jugaron, nuestros labios succionaban, nuestros cuerpos parecían querer fundirse el uno en el otro. La conexión entre nuestras bocas y la penetración en mi culo se hizo más latente. No sabía si su polla me llegaba a la boca o era su lengua la que penetraba mi culo. ¡Oh, dios, qué placer y qué locura…! Las sensaciones dentro de mi culo eran tan intensas que se hacía insoportables. Y yo me movía de forma incontrolada queriendo llegar ya al orgasmo. Me sentí pleno. Abandonado a mi torturador, esperando mi pequeña muerte…Mario comenzó a follarme de nuevo. Podía oir el chapoteo de su miembro entrando y saliendo sin dificultad de mi culo bien abierto y receptivo. Mi culo soltó una serie de pedos. Me sentí sucio, pero saber que me estaban follando el culo me encantaba. Sentía las respuestas de mi cuerpo descontrolado, gimiendo como una puta y pidiendo más y más.
Noté que la cama se hundía. Santi se sentó detrás de mí. Levantó mi torso y puso sus piernas a ambos lados mi cuerpo. Me levantó para que descansara en su pecho y entre sus piernas. Sentí mi espalda caliente y sudorosa contra su frío y piloso pecho. Mario levantó mis piernas sobre sus hombros y volvió a su trabajo. Esta vez me folló más rápido. Santi cruzó sus brazos sobre mi pecho y me abrazó con fuerza.
- ¿Cómo estás, hombre hetero?
- ¡Oh dios, Santi! Me encanta… - logré decir entre jadeo y jadeo.
Estaba totalmente entregado a la pasión y a los embates de Mario; murmurando incoherentes súplicas, y obscenidades. Santi me besó en la frente y comenzó a jugar con mis pezones. Una nueva sensación me invadió. Mi polla, a la que tenía totalmente olvidada, dio un respingo, se tensó un poco más de lo que ya estaba. Una respuesta incontrolada a la sensación de mis pezones castigados. Mario estaba a punto de correrse. Sus embestidas eran muy rápidas y fuertes, su respiración más agitada y sus gemidos, gruñidos inconexos. Pero, sin saber porqué, mi excitación parecía haberse estancado. Me sentí raro, algo decepcionado. El calor de las embestidas que soportaba mi culo no parecía conducirme al orgasmo. Fue descorazonador notar como Mario comenzaba a tener ya los primeros síntomas de su inminente corrida y yo me alejaba de ella. No sentía que pudiera correrme de inmediato. Mi cuerpo necesitaba más aprendizaje, sin duda. Me sentí inundado con un sudor frío de frustración.
Mario movió violentamente su polla en mi culo y mantuvo su cuerpo rígido mientras las ráfagas de su esperma cálido me inundaban copiosamente. Gruñía como un cerdo y tenía los ojos cerrados, sudoroso, con los pelos mojados y totalmente despeinado. Le sonreí mientras se relajaba. Santi extendió la mano sobre mi torso y acarició el brazo de su novio.
- ¿Estás bien, Lorenzo? - Mario parecía exhausto, pero preocupado. Le sonreí y apreté su suave polla en mi trasero.
- Si las sensaciones son maravillosas, aunque algo decepcionado: no me he corrido.
- Lo sé, y lo siento…
- No tienes porque disculparte, seguro que yo soy el culpable… No saques la polla de mi culo aún, me encanta sentirla ahí, aunque no sé cómo correrme con una polla dentro.
Santi me apretó fuerte mientras los dos reían. Cruzaron una mirada cómplice y Mario se movió dejando escapar su polla de mi interior. Sonrió:
- ¡Oh, creo que tendremos que aplicar otro método contigo!
Santi me atrajo hacia él. Podía sentir el semen de Mario saliendo de mi agujero mientras me sentaba en posición vertical. Podía sentir la polla de Santi presionando en la zona baja mi espalda mientras su mano bajaba por mi vientre y agarraba mi polla rígida. Gemí cuando él comenzó a pajearme suavemente. Me sentí bastante decepcionado, yo no quería correrme así. Aunque era agradable sentir su mano alrededor de mi mástil.
Sentí su aliento en mi oído:
- ¿Estás dispuesto a continuar o ya has tenido suficiente por una noche, amigo?
Mi pecho se contrajo de emoción y miedo. Sabía lo que estaba sugiriendo. Puse mi mano sobre su muslo cuya dureza y vellosidad me era desconocida.
- Debes estar bromeando…
- No querrás que bromee, ¿verdad Lorenzo? No has llegado tan lejos como para no querer sentirme dentro de ti. Déjame que me ocupe de yo y sabrás lo que es tener un buen orgasmo anal… Lo estás deseando.
Sentí que me presionaba hacia adelante. Alcé las piernas por encima de las suyas y me senté sobre sus muslos. Sentí sus huevos frotando mi culo que aún rezumaba los líquidos de Mario. Santi me soltó la polla cuando me puse de rodillas, me eché hacia adelante y apoyé las manos en la cama, arqueé la espalda y le presenté mi trasero bien abierto. Esperé.
Sentí su glande hinchado, resbaladizo y duro recorriendo toda mi grieta. Frotó su polla varias veces, entre mis nalgas embadurnándola con los fluidos. Había un fuerte olor a semen en la habitación. Era algo, sucio y muy emocionante. Mi agujero se contrajo violentamente alrededor de su pene cuando comenzó a
insertarse. Era un beso de entrada. Su tamaño era considerable, más ancho que mi agujero. Aunque dilatado no lograba rodearlo. Empujó un poco más fuerte. Mi esfínter cedía, pero sentí un dolor punzante y terrible. Mi gesto de dolor hizo que me levantara y él se retirara de inmediato. Ahora me quedé casi sentado sobre sus caderas, con su pene espachurrado por mis nalgas. Santi estaba acariciando mi espalda y haciendo que me relajara. Me alcé un poco y su polla quedó libre. Busco con su glande de nuevo mi agujero y lo dejó preparado para entrar.
- Ahora serás tú quien imponga el ritmo – dijo- Vete sentando poco a poco sobre él… Si te duele, paras; así irás te tomarás el tiempo que necesites… Te aseguro que acabarás con toda mi enorme polla dentro de tu culo.
Me gustó la petición. Con las piernas a ambos lados de sus caderas, de espaldas a él, podía sentir mi culo bien abierto y dilatado. Su glande era como una enorme bola de carne suave y cálida que tenía que meterme sin prisa, peso sin pausa. Me dejé caer y sentí como mi esfínter cedía. Me quedé quieto, acostumbrándome a este nuevo tamaño. El dolor se mezclaba con el deseo. Quería tener toda su polla dentro de mí, como Mario la había tenido hacia apenas una hora. Me izé ligeramente y me dejé caer de nuevo. Sentí que su glande se colaba más adentro. Dolía, pero sabía que debía aguantar. Mi polla se había quedado hecho un guiñapo. Respiré hondo y empujé de nuevo hacia abajo… uno, dos, tres segundos… Mi esfínter cedió y con la fuerza de mi empuje, detrás del glande, acabó entrando casi la mitad de su polla. ¡Uuummm, que dolor…! ¡Y qué delicia! Mario nos contemplaba sentado a mi lado en la cama. Se acercó a mí, me beso en los labios y su mano agarró mi polla arrugada y condujo sus labios hacia ella.
Su boca era cálida y reconfortante. De inmediato olvidé el dolor. Mi pene se puso rígido en su boca. Sentí una oleada de lujuria cuando lo engulló hasta su garganta. Se tumbó boca abajo con la cabeza entre mis muslos y me incliné hacia sus nalgas, empujando mi trasero hacia Santi. Esta vez la cabeza, el calor y la suavidad de la lengua de Mario me hicieron sentir la dulce sensación de la fricción de la polla de Santi en mi culo. Me senté de golpe y enterré toda su arma en mi interior. ¡Uf, cómo la sentía empujando mis paredes hacia afuera! Era enorme, pero, a pesar de presión que ejercía – o quizás por esa misma presión- me sentí al fin relajado y muy excitado.
- ¡Oh, mierda! Santi, está toda dentro ya… -exclamé, sintiendo como mis nalgas se apoyaban en su vientre.
Mario tenía dificultades para sujetar mi polla dentro de su boca, así que se incorporó y de rodillas quedó mirándonos. Su polla estaba dura de nuevo y comenzó a masturbarse lentamente.
- Joder Santi, tienes una polla enorme … no puedo creer que la tenga toda dentro del culo. ¡Es increíble! ¿Y sabes una cosa…? ¡Me gustaaaa…!
- Todavía no sabes lo que se te viene encima, amigo – dijo con voz cariñosa.
Levanté mis bolas y me asomé para ver la penetración. Su enorme polla había abierto mi culo de forma bestial. Seguro que me ahora me cabría una bola de billar sin problema. Solo veía la raíz de su polla hinchada y sus pelotas colgando por debajo. La apreté con los músculos de mi esfínter. Sentí que apenas cedía, seguía igual de apretada y dura. Acaricié los pocos centímetros de piel que no estaban dentro de mi. Una oleada de sensaciones se fue acumulando en mi agujero y comencé a mover mis caderas de forma rotatoria, notando como su polla chocaba con las paredes de mi culo. Me sentía, lleno hasta reventar, repleto y terribemente excitado. Mi cara ardía, sudaba por los cuatro costados. Todo mi cuerpo ardía y mi corazón latía con fuerza en mi pecho, como un tambor dando un repique constante. A mi espalda sentía el calor de Santi. Imaginaba que está situación también era tabú para él: tenía su polla dentro del culo de su mejor amigo. De nuevo me sentí abrumado por las sensaciones. Giré ciento ochenta grados sobre ese eje que me perforaba y me puse mirándole a la cara. La rotación me hizo gemir de placer. Me incliné hacia su pecho y noté como su polla se salía unos centímetros de mi agujero. Dejé caer mi cabeza al lado de la suya y abrí más las piernas, empujando el trasero de nuevo hacia su arma.
- Por favor, Santi… ¡fóllame! - le susurré al oído.
Comenzó a moverse detrás de mí, deslizando su pene lentamente, hacia afuera y luego hacia adentro. Notaba centímetro a centímetro toda toda la longitud de su enorme polla. Al salir, no quería dejarla escapar, y mi esfínter se cerraba tras su salida casi total; al entrar, el gozo era inenarrable, mi culo se volvía a dilatar y su mástil me rozaba durante segundos la próstata… ¡Uuummm, era delicioso! Un goce profundo desde lo profundo de mi ser. Me dejé llevar por ese ritmo lento, un auténtico martirio. Nuestros pechos juntos, sudorosos y nuestros corazones latiendo de forma asincopada. Una auténtica locura. Mi polla se había relajado de nuevo y todo mi goce se centraba en mi puerta trasera. Entendí entonces los gritos de mi novia y su locura cuando la follaba el culo. El ritmo de Santi se fue intensificando. El deseo iba “in crescendo” y mi cuerpo pedía más y más…
- Espera, cambiemos de posición – me dijo - así no me muevo con libertad…
- Vale, dime cómo quieres que me ponga – respondí completamente entregado a su demanda.
Mi culo se quedó huérfano por un momento. Me colocó tumbado boca abajo en la cama con las piernas abiertas y me dijo que levantara un poco las caderas y me quedara sobre mis rodillas. Con el culo en pompa, mi agujero quedaba bien expuesto, abierto a su vista y a las entradas de su verga. Se colocó entre mis piernas y volví a sentir su enorme glande acariciando mi agujero. No se demoró. De una estocada me la clavo de nuevo hasta las bolas. Grité. No sé si de dolor, de placer, o de ambos al tiempo. Otra vez me sentí lleno y feliz. Su nuevo mete-saca no se hizo esperar. Unas cuantas estocadas muy despacio y unas con ritmo más febril… luego volvía a ir despacio. Era como si fuera cabalgando sobre mi: al paso…, al paso…, al paso…; al trote…, al trote…,al trote…; al galope, al galope, al galope… Y otra vez al paso, al paso… Un buen torturador. Cada vez que aumentaba el ritmo creía llegar al éxtasis, pero sabía medir los tiempos y me dejaba a punto de llegar al orgasmo. Mi polla ahora sí estaba dura como una roca, frotándose contra las sábanas y vertiendo gran cantidad de líquidos seminales. El resto de mi cuerpo era una masa inerte, sin fuerzas y entregada a los caprichos de Santi. Tenía la cabeza inclinada hacia mi lado derecho y podía ver a Mario pajeándose. Lo hacía tranquilo, pero su polla estaba a punto de explotar. Húmeda y muy tersa.
- Fóllalo como tú sabes, Santi… Destrózale el culo… Haz que no quiera hacer ya otra cosa…
Nos estaba mirando a ambos excitado por la escena y disfrutando al ver como la polla de su novio entraba en mi culo sin ningún tipo de misericordia. Me sentí sucio, cachondo y deseable bajo su mirada. Me sujeté fuerte con los codos para oponer resistencia a las embestidas de Santi. Eso le hizo reaccionar. Respondió golpeándome con más fuerza. Y comenzó a gruñir mientras su pene llegaba a los más profundo de mi cuerpo. Sus muslos golpeaban contra mis nalgas y la longitud total de su pene desaparecía en mi interior. Me estaba follando como una ametralladora y mi culo comenzó a arder…
- Dios, me encanta, no voy a aguantar más a este ritmo. Me vas a partir en dos.
- Te gusta… ¿verdad…? Dime que te gusta…. Pídeme que te rompa el culo… - acertó a decir entre jadeos y respiraciones entrecortadas.
- Dile que te encanta - apuntó Mario - Le gusta oírnos decir eso mientras disfruta de un culo.
Ver a Mario empatizando con mi goce y mis delirios me agradó. No había celos ni mosqueos entre nosotros. Al fin y al cabo, era su novio el me follaba y yo su mejor amigo. Ello aumentó mi placer.
- Sí, fóllame más fuerte - gemí haciendo caso a Mario.
Santi me golpeó violentamente un par de veces más y luego sacó su polla por completo. Jadeé sorprendido y conmocionado cuando la intensidad de la sensación se detuvo de repente. Y grité de gusto cuando de nuevo hundió su poderosa arma dentro de mí.
- ¡Oh, dios, sí, me encanta sentirla dentro de mí! Es una locura…
Veía a Mario como en una nebulosa, con su mano subiendo y bajando, frotando con fuerza en su mástil.
- ¿Estás disfrutando eh, Santí…? – le oí decir – Ya no está tan apretado su culito, ¿verdad?
Y dejé de verle. Una oleada de placer me inundó por completo. Haciéndome perder casi totalmente la consciencia. Jadeaba como un perro, gruñía, gritaba diciendo palabras y frases inconexas, rogando que el martirio acabara ya. Sujeté mi polla con una de mis manos, volviendo a centrar en el pene de Santi que me golpeaba salvamente. Sentí una pausa, una especie de vacío y luego, una sensación de ingravidez… Un increíble orgasmo surgió desde el fondo de mi ser, como un geiser que acaba de explotar. Mi culo comenzó a sufrir espasmos comprimiendo la gruesa polla de Santi. Una reacción descontrolada de contracciones involuntaria que extendieron por mis piernas y mi abdomen, llegando hasta las puntas de los pies y de mis manos. Y al tiempo una cálida efervescencia emanando de mi polla, como un torrente de lava que fluía lentamente. Las manos de Santi me sujetaron con fuerza las caderas impidiendo mis movimientos. Sentí que su polla se hinchaba aún más. Y así, empotrados el uno con el otro, recibí una serie de descargas cálidas inundando mi interior y haciéndome disfrutar aún mas del gozo que sentía. Ambos comenzamos a retorcernos. Yo buscando más y más placer; y él, sin soltarme, queriéndome dar más y más. Seguí sintiendo su polla muy dentro moviéndose y escupiendo lava y sin perder ni un ápice su rigidez, durante unos segundos más… Me incorporé sobre mis rodillas, giré mi cabeza y le besé. Fue un gesto de agradecimiento, me salió de forma inconsciente.
Santi me estaba apretando contra su pene y sosteniéndome fuertemente contra su pecho. Su polla se sentía más grande que nunca, y yo me sentía agotado y muy caliente. Y así, entre jadeos y suspiros ambos fuimos relajándonos. Y caímos de bruces a la cama. Él todavía dentro de mi culo y yo no queriendo perder esa sensación de sentirme lleno y satisfecho.
Aun sentía que mi ano se contraía de forma involuntaria sobre su pene, cada vez menos turgente. Y sentía los gemidos de su placer en mi espalda. Mario volvió a subir a la cama delante de mí y puso sus manos sobre mis hombros. Nos abrazamos como dos amantes y le besé en la boca. Me sentí en la gloria entre el calor de los cuerpos desnudos de estos dos hombres. Satisfecho y agotado no creía que aquello hubiera pasado y no quería que acabara jamás. Nos miramos sin decir nada. Tan solo una sonrisa se dibujo en nuestros rostros. Los tres estábamos exhaustos. Al poco tiempo sentí como la polla de Santí se salía de mi culo, a pesar de mis esfuerzos por retenerla. Sentí un enorme vacío. Un hilillo de semen empezó a gotear de mi culo, recorriendo mi canal y rebosando por mi nalga hasta embadurnar nuestros muslos. A pesar de sentirme sucio, no quería moverme. Quería sentir la cálida intimidad de nuestros abrazos. No quería que este momento terminara. Había vivido algo increíble, algo que jamás hubiera imaginado.
Pensé en mi novia, en cómo ella había experimentado un despertar similar cuando la había follado el culo. Ahora la comprendía. Yo había sentido lo mismo. Había entendido la locura que es el sexo anal. Un sentimiento de cariño me hizo pensar en esa velada: decidí que tenía que compartir cuanto antes esta experiencia con ella.
Published by SirLawrence23
3 years ago
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SirLawrence23
SirLawrence23 Publisher 3 years ago
to Bivicioso : Lo mismo me pasó a mí. Mi lado femenino surgió. me siguen gustando, y mucho las mujeres, pero me encanta entregarme a un hombre y sentir su polla muy dentro de mí... Lo mejor de ambos sexos, Un abrazo.
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Bivicioso 3 years ago
Magnífica e inspiradora partilha de experiência! Também eu demorei algum tempo até me render à evidência. Continuo a gostar de mulheres, mas é como sissy submissa e completamente passiva que encontrei finalmente a minha vocação, dar a minha vagina de maricona madura a verdadeiros machos, ser fecundada e sentir o seu esperma quente e viscoso dentro de mim. Há uns anos, uma namorada disse-me que eu era um amante diferente, porque gostava de mulheres e das mulheres, porque tinha curiosidade em entender o prazer feminino no acto sexual. Esse momento foi o ponto de partida para a etapa final da minha viagem de auto conhecimento, rumo à descoberta e tomada de consciência sobre a minha sexualidade e verdadeira identidade. Beijos,Sissy C.
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SirLawrence23
SirLawrence23 Publisher 3 years ago
Gracias. Me alegro que te haya gustado.
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